lunes, 30 de septiembre de 2013

"THE BEATLES Live! at the Star-Club in Hamburg, Germany; 1962"

Este es el álbum más extraño (y problemático) de la discografía “legal” de los Beatles, el que ellos, férreos guardianes de su legado, no pudieron controlar. Se trata de una grabación realizada a finales de 1962, tras haber editado su primer single en EMI, ya con Ringo Starr en la batería y tocando en el Star-Club de Hamburgo, ciudad en la que llevaban actuando desde 1960. Una grabación que se asegura autorizó John Lennon y que realizó Adrian Barber, director de escena del club, a petición de Ted “Kingsize” Taylor (integrante del grupo The Dominoes), con un magnetofón mono. Un material que Kingsize trató de venderle a EMI en 1965 (en plena era de dominio Beatle), pero que George Martin rechazó dada su baja calidad. 

La cinta permaneció oculta hasta 1977, cuando se creó específicamente el sello Lingasong para lanzar un doble álbum (que salió con diferentes marcas según los países: para España, Italia y Francia el sello editor fue Carnaby) agrupando veinticinco de las treinta canciones registradas originalmente. 

El álbum fue lo más parecido a un pirata legal (si tal cosa es posible) y los Beatles decidieron demandar a la compañía, con un George Harrison verdaderamente enfurecido (nunca tuvo muy buen café) y empecinado en prohibir su comercialización. El asunto se resolvió más de veinte años después, en 1998, a favor del cuarteto, que se hizo con los derechos, pero para entonces el disco había circulado de todas las maneras posibles: en vinilo, casetes y cedés. Hasta Sony, bajo la marca Columbia (ni más ni menos), llegó a ponerlo en las tiendas. Hoy, transcurridos más de cincuenta años desde su grabación, cualquiera puede editarlo legalmente.

No se sabe con certeza la fecha exacta de la grabación: hay quienes aseguran que fue durante la noche del 31 de diciembre de 1962 y otros que son tomas de varios pases, entre Navidad y Nochevieja. La portada primera era horrorosa: negra y con tipografía blanca, nada más, y aunque era un álbum doble la carpeta era sencilla, con los dos elepés dejados caer dentro (en mi copia, una leyenda impresa indica: “2 LPs. 500 Ptas.” Así que tampoco podíamos quejarnos demasiado). Para colmo, el sonido es absolutamente penoso: capturado con un micro tomando lo que salía de los amplificadores. No era precisamente un disco apetitoso. Por tanto, ¿qué hace de él algo especial? Pues esencialmente que esconde el misterio mayor de los Beatles: su directo inicial, antes de que todo estallara. Aquí está la clave para entender lo que vino después.

Estos Beatles muy asilvestrados, y molestos por tener que cumplir contrato en Hamburgo cuando ya tenían disco en la calle y sus ambiciones eran otras bien distintas, suenan con frescura, con intensidad, pero también firmemente compactados. Es un cuarteto acelerado que combina lecturas del rock and roll primigenio (‘Roll over Beethoven’, ‘Sweet little sixteen’, ‘Everybody’s trying to be my baby’, ‘Matchbox’, ‘Long tall Sally’, ‘Twist and shout’, ‘Kansas City’, ‘Little queenie’, ‘Be-bop-a-lula’) o del rockabilly (‘Ain’t nothing shakin’) con temas de la escuela vocal de Spector (‘To know her is to love her’). Pero son capaces de interpretar puro pop con enorme soltura (las excelsas lecturas de ‘Mr. Moonlight’, ‘A taste of honey’ o ‘Falling in love again’) e incluso tienen el atrevimiento de resolver con pulso beat latino un ‘Bésame mucho’ (que posteriormente también escuchamos en las cintas de la BBC) a ritmo de chachachá, que es una delicia de ingenio, interpretación y arreglos, “¡chahapún!”. Además, hay dos temas propios: ‘I saw her standing there’, y el gigantesco ‘Ask me why’. 

Hay que explicar que durante sus descargas en Hamburgo los Beatles hacían un montón de pases cada noche y necesitaban nutrir el repertorio con variedad y extensión, manejando un buen número de temas con los que entretener al respetable, lo que los convirtió en máquinas del ritmo y la interpretación, versátiles y perfectas (todo lo perfecta que podía ser una banda de veinteañeros con ganas de comerse el mundo).

En estas grabaciones suenan más fieros (claro, el sonido contribuye a una muy saludable suciedad formal) que en las tomas que conocemos de la BBC, algunas prácticamente contemporáneas. Y ahí, precisamente ahí, hay que buscar la razón de porqué luego (y dejemos al margen cómo George Martín pulía aristas en Abbey Road) sonaron como lo hicieron: tenían las yemas de los dedos callosas y las gargantas rotas de tanto bregar en vivo (ellos, que luego tuvieron que renunciar a los directos), de dominar diferentes lenguajes musicales que acabarían por conformar el suyo propio, dotándolos de esa desprejuiciada variedad estilística tan saludable y que tanto apreciamos.

No hay duda: “Live! at the Star-Club in Hamburg, Germany; 1962″, suena a rayos, ¡pero qué rayos más reveladores!  http://www.efeeme.com

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